El misterio de la muerte y desaparición de Juan Ponce de León

Don Juan Ponce de León, nuestro primer gobernador, era un tipo bien ambicioso. Alguien le comió el cerebro y lo engatusó diciéndole que en algún sitio de Gringolandia había una maravillosa fuente que le devolvería la juventud, que lo iba a convertir en un hombre bello y mil embustes más.






Le comentaron que la fuente en realidad, también era un hermoso manantial que formaba un río en donde los indios iban a pescar y a janguear en canoas.





Ponce de León se creyó todo eso y una tarde mientras caminaba por un paraje solitario, se agachó para recoger su cantimplora. Poco se imaginaba él que la india Pocahontas estaba de cacería. Ella creyó ver un conejito y "ZÁS" le espetó un flechazo en las mismísimas nolas a Ponce de León.





Mientras tanto, los demás panas de Juan Ponce, al ver que éste no aparecía, se encabronaron con el jefe indio, Yohandoesnú, y le exigieron que lo buscara. Yohandoesnú, como sabía que las indias eran unas cueras malas, las castigó y las obligó a confesar en donde habían metido a Juan Ponce. Todo fue muy injusto, ellas no sabían nada.

Pocahontas, la más cuerita maliciosa de todas, la propia hija del jefe Yohandoesnú, estaba gamberreándose y rampleteándose a Juan Ponce de León en un pastizal. Él ahora se había convertido en un tremendo papi y ella sabía que tenía que aprovecharse de la situación, pues los efectos del flechazo por el fundillo, no tardarían en esplotar.

Después de un buen revolcón por el pasto ya no más virgen, los efectos empezaron a manifestarse. El flechazo hizo que poco a poco Juan Ponce de León se volviera un crío mocoso. Él quería ser joven y eso mismo fue lo que ocurrió. Comenzó a correr para ver si de verdad se encontraba con la dichosa fuente, pues no podía creer lo que estaba sucediéndole y se topó con este charco de agua y se quedó mirándolo.




Los efectos nefastos del flechazo hicieron que Juan Ponce de León continuara haciéndose cada vez más joven hasta que se convirtió en bebé, luego feto, después embrión y ya casi al final lo que quedó de él fue un organismo multicelular.





Los efectos no se detuvieron en esta fase. Juan Ponce de León siguió disminuyendo en masa y volumen hasta convertirse en una insignificante y despreciable ameba.



Como siempre, no se le puede decir la verdad al pueblo de Puerto Rico. Por eso, hoy día recordamos a Juan Ponce de León con cariño y con el dedo apuntando hacia nuevos horizontes, aquellos que lo llevaron a su fatídico y ciertamente ridículo final.